martes, 6 de abril de 2010

La decepción







"Me siento decepcionado", "me has decepcionado","esto es decepcionante", son algunas de las expresiones con las que solemos usar esta elegante palabra, que a veces no se entiende, o quizás no como debiera. Por lo general, al usar el verbo decepcionar solemos cargar el peso de la culpa en el decepcionado, no en el decepcionador. Pero si hay un decepcionado, tiene que haber un decepcionador. De forma más coloquial y transparente, hablaríamos de engañar, que se entiende más claramente; aunque probablemente volveríamos a suavizar la expresión diciendo "me siento engañado" en vez de "me has engañado". Y así me siento hoy, engañada. Porque en la vida se crean expectativas que rara vez se pueden llegar a cumplir. Todo el mundo espera que su jefe no sea un cretino, que no llueva cuando tomamos vacaciones, que haya una plaza de parking cuando llegamos tarde o que el último brownie sea para nosotros. Pero son circunstancias que no se pueden controlar, o quizás si... Suerte en el caso del jefe o el clima, o culpa por no haber salido antes en el caso del coche o haber preparado más brownies. Todo sucede por algún motivo, pero siempre salpicado por las expectativas que creamos. En mi caso hay una pizca del factor suerte y unos gramos de culpa. Suerte o mejor dicho, "no suerte" por crear esas suposiciones centradas en un tiempo futuro, por pensar que algo será como deseo, sin tener en cuenta que no puedo controlarlo, y culpa por forzar las situaciones, muchas veces incluso en contra de mis deseos, para conseguir un fin.

Yo sólo desearía, al menos una vez entre muchas, ser capaz de confiar en mi tanto como otros lo hacen, ser independiente de las expectativas de otros y de lo vulnerable que me dejan.

Lo que daría por no volver a sentirla...




No hay comentarios:

Publicar un comentario